REGLA "PRIMITIVA"
DE LA ORDEN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN
MARÍA DEL MONTE CARMELO,
DADA POR SAN ALBERTO, PATRIARCA DE JERUSALEN,
Y CONFIRMADA POR INOCENCIO IV
1. Alberto, llamado a ser Patriarca de la Iglesia de Jerusalén por la gracia de Dios, a los amados hijos en Cristo Brocardo y demás ermitaños, que viven bajo su obediencia junto a la fuente de Elías, en el Monte Carmelo, salud en el Señor y bendición del Espíritu Santo.
2. En distintas ocasiones y de muchas maneras (cf Hb 1,1) los santos Padres dejaron establecido el modo cómo cada uno (sea cual fuere su estado o el género de vida religiosa que abrazó) ha de vivir "en obsequio" de Jesucristo (cf 2Co 10,5), sirviéndole lealmente con corazón puro y buena conciencia (cf 1Tm 1,5). Pero, como nos pedís que os demos una fórmula de vida adecuada a vuestro proyecto común, para guardarla obligatoriamente en lo sucesivo:
PRÁCTICA
DEL SILENCIO
18. Valora
el Apóstol el silencio, por el hecho de imponerlo en el trabajo (cf 2Ts 3,12).
Y como afirma el Profeta: Obra de la justicia es el silencio (cf Is 32,17). Y
en otro lugar: "Vuestra fuerza estriba en callar y confiar" (Is
30,15). Por tanto, ordenamos que guardéis silencio desde la terminación de
completas hasta después del rezo de prima del día siguiente. Fuera de este
tiempo, aunque la práctica del silencio no sea tan estricta, evitad
cuidadosamente la charlatanería; pues, como enseña la Escritura y lo abona la
experiencia: "En el mucho hablar no faltará pecado" (Pr 10,199. Y:
"Quien suelta los labios, marcha a la ruina" (Pr 13,3). Y también:
"El locuaz se hace odioso" (Si 20,8). El Señor, a su vez, advierte en
el Evangelio: "De toda palabra ociosa que hablen los hombres darán cuenta
en el día del juicio" (Mt 12,36). Por consiguiente, que cada uno haga
balanza y pesas para sus palabras, y puerta y cerrojo para su boca (no sea que
resbale a causa de la lengua y caiga, y su caída resulte mortal sin remedio)
(cf Si 28,29-30), vigilando su proceder, conforme al aviso del Profeta, a fin
de que no se le vaya la lengua (cf Sal 38,2). Que cada cual se afane con todos
sus cinco sentidos por guardar el silencio, obra de la justicia (cf Is 32,17).
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