28/1/20

SANTA TERESA ENGRANDECE A SAN JOSÉ


P. Román Llamas, ocd         
          
       
       La grandeza y dignidad sublimes de san José le vienen dadas por Dios cuando en el Decreto eterno de la salvación-redención del hombre, después del pecado de los primeros padres, mediante el envío de su Hijo a este mundo predestinó a san José junto con María, ya que en esa predestinación eterna no solo está comprendido lo que se ha de realizar en el tiempo sino también el modo y el orden de su ejecución (Santo Tomas, III q. 24, N. 4). 

Y si para llevar a cabo la Encarnación de su Hijo predestina a María Virgen y casada, con ella predestina a José como esposo y por su matrimonio con ella como padre del Dios Encarnado. Esto lo sabemos por la relación que de este misterio de la Encarnación-Redención hacen los evangelios.

San Lucas afirma que el Hijo de Dios, Dios como el Padre, se encarnó en el seno de María Virgen casada con un hombre llamado José, de la casa de David y el nombre de la Virgen era María (Lc 1,18) y Lucas de nuevo: el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José (Lc1,26-27)

De hecho, el Evangelio siempre nombra a María unida a José y a José unido a María: Jacob engendró a José, esposo de María (Mt 1,16). Le dice el ángel: José, no temas tomar a María tu mujer porque lo que hay en ella es obra del Espíritu Santo. Y despierto del sueño la llevó a su casa (Mt 1,20.24). José va a Belén para empadronarse con María, su esposa (Lc 2,5). Los pastores encontraron a María y a José y al Niño acostado en el pesebre (Lc 2,16). Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor (Lc 2,22). Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él (Lc 2,33). Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua (Lc 2,41). Ellos buscan a Jesús que se había perdido, y le encontraron en Jerusalén en el templo en medio de los doctores y su madre le dice: tu padre y yo te andábamos buscando muy angustiados (Lc3,48). Y si la Madre no estuvo separada del Hijo de Dios ni siquiera en la divina elección, como dice Suárez (3 p, d. I, sect. 3), tampoco pudo estarlo san José, predestinado por Dios para servir directamente al Salvador. 

“San José ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad, de este modo él coopera en la plenitud de los tiempos en el gran misterio de la redención y es verdaderamente `ministro de la salvación” (RC 8). Esta grandeza de san José por ser Esposo de María y Padre de Jesús le coloca muy por encima de todos los santos y coros de ángeles. Le coloca en el orden de la gracia de María y de Jesús humanado. En el grado ínfimo, pero el que está en el grado ínfimo de un orden superior, está muy por encima del más alto de un orden inferior.

Y el orden de la gracia de la Unión hipostática de la Gracia, al cual pertenecen solamente Jesús, María y José, es muy superior al orden de la gracia en la que viven todos los demás santos y coros angélicos. 

La Trinidad divina ha derramado en el corazón de José, al predestinarle para ser parte del orden de gracia de la Unión hipostática, todo cuanto cabe en corazón humano, después de la Virgen María, de gracia, bondad, dulzura y ternura y misericordia y de todas las virtudes en grado supremo, de bendiciones y privilegios.  


No es fácil comprender la grandeza a que Dios ha elevado a san José para su honra y bien nuestro, pues su Hijo no le niega nada de lo que le pide, como dice santa Teresa.  Podemos aplicarle lo que dice san Juan de la Cruz de las almas que han llegado al matrimonio espiritual:  
“Quién podrá decir hasta dónde llega lo que Dios engrandece un alma cuando le da en agradarse de ella. No hay poderlo ni imaginar, porque, en fin, lo hace como Dios, para mostrar quien es Él. Solo se puede dar algo a entender por la condición que Dios tiene de ir dando más a quien más tiene, y lo que le va dando es multiplicadamente según la proporción de lo que antes el alma tiene…De donde los mejores y principales bienes de su casa, esto es, de su Iglesia, así militante como triunfante, acumula Dios en el que es más amigo suyo y lo ordena para más honrarle y glorificarle” (CE, c. 34, 8). 
Solo que este cúmulo de bienes a san José se los dio en el instante mismo de su santificación en el seno de su madre, como se los dio a la Virgen en el primer instante de su Concepción Inmaculada, elevándoles al matrimonio espiritual y llenándolos de gracia y del Espíritu Santo.

Cuando digo que santa Teresa engrandece a san José me refiero a lo que dice el Concilio Vaticano II, refiriéndose a los contenidos de la Revelación en la Escritura y en la Tradición.

El depósito de la fe es la Revelación contenida en la sagrada Escritura y en la Tradición y encomendada a la Iglesia para que la custodie y la trasmita. Es la revelación de Jesucristo que se cerró con la muerte del último apóstol. San Pablo dice a su discípulo Timoteo que guarde el depósito de la fe (1Tim 6,20). Conserva el buen depósito mediante el Espíritu Santo que habita en nosotros, y el mismo san Pablo afirma que sabe en quien tiene puesta su confianza y está convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel día de la Parusía (2 Tim 1,12).

El depósito de la fe es lo que la tradición apostólica nos ha trasmitido sobre el Dios Uno y Trino Amor, sobre el misterio de la Redención y Salvación llevada a cabo por Jesús en la que tanta parte tienen María y José; sobre los sacramentos y las instituciones divino-eclesiásticas. Y este depósito del fe, “esta tradición apostólica va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo, es decir,  crece el conocimiento de las palabras e instituciones trasmitidas, cuando los fieles las contempla y estudian repasándolas en su corazón (cfr. Lc 2,19.51)), por la íntima inteligencia de las cosas espirituales que  experimentan” (Dei Verbum, 8) Estas últimas palabras consignan y consagran la inteligencia por la experiencia mística de las  verdades de la fe como  un instrumento hermenéutico primario para quien quiere comprender la  Palabra de Dios de la Tradición Apostólica.  


En este campo de la íntima inteligencia por la experiencia mística ocupa un lugar muy destacado Santa Teresa de Jesús en varios campos de la vida espiritual, entre los que ocupa un lugar especial San José. Santa Teresa con su devoción intimísima a San José y sus experiencias místicas del Santo Patriarca ha hecho crecer el conocimiento de este, le ha engrandecido. 

“Vi claro que de esta necesidad, como otras mayores de honra y pérdida de alma este padre y señor mío me sacó son más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo; de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma, que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas, y quiere el Señor darnos a entender  que así como le fue sujeto en la tierra, que como tenía nombre de padre –siendo ayo-  le podía mandar  así en el cielo hace cuanto le pide.” (V 6,6).
        
Desde esta experiencia frecuente, y tantas veces sobrenatural, lanza este gran deseo que tiene de que todos sean devotos de este su padre y señor suyo san José: “Querría yo persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso Santo por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios. No he conocido persona que de veras le sea devota y haga particulares servicios que no la vea más aprovechada en la virtud, porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se encomiendan. Paréceme ha algunos años que cada año en su día le pedía una cosa, y siempre la veo cumplida, Si va algo torcida la petición, él la endereza para más bien mío” (V 6,7). “Solo pido por amor de Dios que lo pruebe quien no me creyere y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a esta glorioso Patriarca y tenerle devoción” (V 6,8).
        
“En especial personas de oración siempre le habían de ser aficionadas, que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los ángeles, en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a san José por lo bien que les ayudó en ellos. Quien no hallare maestro que le enseñe oración, tome a este glorioso santo por maestro y no errará en el camino” (V 6,8)

Este panegírico sobre san José vale por mil porque es fruto de una experiencia normal y sobrenatural que ha tenido de san José y la experiencia no engaña nunca. Ella misma nos dice: “No diré cosa que no haya experimentado mucho” (V 18,8). No se trata solo de experimentar una o dos veces sino de experimentar mucho a san José. “No he conocido persona que de veras le sea devota y haga particulares servicios que no la vea más aprovechada en la virtud, porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se encomiendan” (V 6.7) 

Pasemos a otro momento de su vida. En el capítulo 23 de la Vida dice que retoma el curso de su vida y lo mismo afirma en el capítulo 30.  Nos dice que no podía hacer nada por no tener ímpetus tan grandes, porque pena y contento no podía yo entender cómo podían estar juntos; y por eso con los que trataba estas gracias sobrenaturales confrontándolas con la vida que vive le dicen que eso es cosa del demonio, que es lo que ella más temía. Veía que en la ciudad no me entendía nadie, que esto muy claro lo entendía yo (V 30,1). 


Esta situación se la remedió san Pedro de Alcántara que acertó a ir a Ávila y se hospedó en casa de Dña. Guiomar de Ulloa, gran amiga suya, por espacio de ocho días. Esta llamó al Provincial para que dejase ir a su casa a santa Teresa y en casa y en varias iglesias de la ciudad le expuso con toda la sinceridad y claridad que pudo y supo lo que le pasaba y el modo de hacer oración. En la conversación vio que la entendía por experiencia, que es lo que ella necesitaba. Me dio grandísima luz, me dio luz en todo. Que no tuviese pena, sino que alabase a Dios y que estuviese muy cierta que todo era espíritu de Dios clarísimamente.

Tuvo lástima de ella y le dijo que uno de los más grandes trabajos de la tierra era el que había padecido: la contradicción de los buenos y que todavía le quedaba harto. Habló con el Caballero santo y con Gaspar Deza y les dijo que no la atormentasen más,  que todo lo suyo era cosa de Dios, Santa Teresa quedó muy consolada y atribuía esta gracia insigne y maravillosa a su Padre y señor san José  “No me hartaba de dar gracias a Dios y al glorioso Padre mío san José, que me pareció le había él traído (a san Pedro de Alcántara), porque era Comisario General de la Custodia de san José, a quien yo mucho me encomendaba  y a nuestra Señora” (V 30,7).

No solo es lo que ha escrito precioso y gustosísimo de san José sino también por lo que ha hecho con las 17 fundaciones de conventos, la mayoría de ellos dedicados a san José, que se han convertido en estrellas brillantes que han dado a conocer más a san José y por consiguiente le han engrandecido. El Señor prometió a Santa Teresa que el convento de san José de Ávila, la primera casita de san José "sería una estrella que diese de sí gran resplandor” (V 32,11).

De este convento el P. Juan de la Anunciación, glorioso primer General de la Congregación de España de Carmelitas descalzos escribió: 

“Púsose el Santísimo Sacramento, dedícase la iglesia a N. P. San José, que por aquel principio es patrón y protector de nuestra Reforma…El convento de san José de Ávila es el principio y solar de todos los conventos de la Descalcez y principio y solar de la devoción josefina de los mismos” (Prontuario del Carmen t. 3, día. II, Madrid, 1699, p.407). 

Valga como confirmación de cómo la devoción a san José caló en el alma y en la vida de la descalcez el hecho de intitular muchos conventos de monjas y frailes con el título y nombre de san José, siguiendo el ejemplo de su Madre santa Teresa de Jesús. La Congregación de España y las Provincias de Barcelona y Flandes tienen por titular a san José.

Más importantes que los conventos materiales con sus títulos son los conventos espirituales y vivos de las almas, las comunidades que los habitan. Y estos respiran bajo el signo de san José. En ellos san José ocupa un lugar de preferencia. Los conventos teresianos desde su soledad, clausura, silencio y aislamiento son lugares de cálido amor y devoción sentida a nuestro glorioso Padre y Señor san José que caldean a la Iglesia de Jesús, focos potentes de profunda devoción josefina que esparcen sus resplandores en la comunidad eclesial.  


En los Carmelos de la Madre Teresa san José tiene en cada carmelita una verdadera devota y propagandista, porque viven auténticamente el carisma de santa Teresa, en el que es esencial la devoción y el amor a san José. Se les puede aplicar a ellas especialmente estas palabras del P. Arnoldo de san Pedro y san Pablo en su Solitarius loquens de 1968, conf. I, p. 126, 

“Si, como dicen los curiosos investigadores de los secretos de la naturaleza,  “los hijos salen a las madres”, a nadie le parecerá paradójico lo que confidencialmente le voy a decir, que ser hijo de la seráfica  santa Teresa y devoto de san José , ser carmelita y defender y propagar la gloria del santísimo esposo de la Virgen santísima  son conceptos sinónimos y cualidades hasta tal punto simpáticas y mutuamente unidas, que no se pueda ni deba darse la una sin la otra”. No solo ha encontrado un eco constante y maravilloso en las monjas y frailes carmelitas descalzos sino que a través de ellos se ha extendido a toda la Iglesia. 

La estrella luminosa josefina de san José de Ávila y de tantos conventos de monjas y frailes carmelitas descalzo ha encendido en la Iglesia muchas estrellas de devoción y amor a san José y siguen y seguirán encendiéndolas. Santa Teresa por medio de ellos sigue haciendo crecer el conocimiento el santo Patriarca y sigue engrandeciéndole. 

La B. Ana de san Bartolomé, la enfermera de santa Teresa y gran devota de san José afirma:

“Y esta devoción a san José plantó la Santa en España que casi no la conocían, y ahora lo es tanto, que no solo en sus monasterios, mas hay grandes cofradías de él y en su día tantas devociones en las iglesias y misas con música y tañido de las campanas, como el día de Pascua. Harto ayuda a España este glorioso santo, (Obras completas por JULIÁN URQUIZA, Roma, 1981, MHCT, Meditaciones sobre el camino de Cristo, p. 78-79).

         Y el P. Miguel de Carranza, carmelita, nos ha dejado este precioso testimonio al respecto: 

“Después emprendió la fundación de otros muchos (monasterios) y casi todos bajo el título y nombre del bienaventurado señor san José, del cual fue siempre devotísima, y fue la ocasión grande que por toda España se conociese y dilatase la devoción que en ella se tiene de este glorioso y bienaventurado Padre legal de nuestro Redentor, Cristo, y esposo verdadero de la Santísima Virgen María, Madre suya y Señora nuestra” (Dicho del 5 de septiembre de 1595 BMC, 19,135).

Creo que santa Teresa es la que más ha contribuido al crecimiento del conocimiento y devoción de san José, y, por eso, la que más ha contribuido a engrandecerle.

Con razón escribe un autor francés, Lucot: 

“Los papas encontraron un auxiliar poderoso para la propagación del culto a nuestro santo en la célebre reformadora del Carmelo. Gersón había hecho mucho por él. Teresa hizo mil veces más por sí misma, por los religiosos de su Reforma y por las religiosas de su Carmelo. San José le es deudor, sobre todo, de su gloria sobre la tierra”. (Saint Joseph. Ètude historique sur son culte. Paris, 1875, p. 53).Realmente santa Teresa es la gran ENGRANDECEDORA, PARA MÍ LA MAYOR, del glorioso Padre y Señor suyo y nuestro san José. Gloria a Dios, Uno y Trino.


P. Román Llamas, ocd, 15 de enero de 2020, miércoles.



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