Dios es amor... y no es amado.
Carmelita.
A los 16 años las niñas habían de volver a su casa a prepararse al matrimonio (algunos ya concertados), o dedicarse en soltería a cuidar de padres o parientes, o también ingresar en un convento. Las opciones no eran muchas. Ana María quería ser religiosa, pero la vida benedictina solo la admiraba, pero no la llamaba. No conocía de otras monjas, por lo cual, como solía hacer, se confió al Corazón de Cristo. Ocurrió que una amiga suya, María Tedesci, la visitó en el internado para despedirse, porque se iba al Carmelo. Cuando la joven se fue, Ana María oyó una voz que le dijo: "Soy Teresa de Jesús y te quiero entre mis hijas". Quedó sorprendida, y estando en oración, tuvo la misma locución interior. Lo confió a su director, el cual la alentó a ello, arregló las cosas, y propició su entrada en "el palomarcico" descalzo de Florencia a 1 de septiembre de 1764, unos meses luego de su salida del internado.
Apenas entró al postulantado, sufrió de
un absceso mal cuidado en la rodilla, que casi la deja lisiada. Tuvo que sufrir
una dolorosa cura de raspado del hueso, abriéndole las carnes, que soportó con
entereza y dando ejemplo de paciencia y resignación. Tomó el hábito el 11 de
marzo de 1765, con el nombre de Teresa Margarita del Sagrado Corazón, su gran devoción
y fortaleza. Y mucho que la necesitó en el noviciado, pues su primer oficio fue
cuidar de las monjas ancianas, la mayoría, pues este Carmelo era pobre y con
pocas vocaciones jóvenes: 13 religiosas como mandaban las constituciones, y
nueve de ellas ancianas o enfermas. Muchas noches pasó en vela cuidando a las
más ancianas, lo que no evitaba que al día siguiente cumpliera estrictamente
con los horarios de coro y trabajo. Además, le encomendaron varios oficios,
como portera, cocinera… Tantos oficios "bajos", que llegó a creer que
su vocación era ser "freila", o sea, monja lega y no de coro.
Profesó sus votos el 12 de marzo de 1766, como monja de coro, asignándole el oficio de sacristana además continuar como enfermera. Para poder cumplir sus devociones y penitencias, robaba tiempo al sueño y se las agenciaba para penitenciarse a la par que descansaba: dormía con la ventana abierta en invierno, se tendía sobre el suelo, dormía con el cilicio puesto, etc. Su caridad era inmensa, siempre dispuesta, siempre sonriente, siempre obediente.
"El amor no es amado". En julio de 1768 tuvo un éxtasis al oír las palabras de la carta de San Juan: "Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor". (1 Jn 4, 8), reviviendo toda su mística del amor de Dios. Desde entonces, como su coterránea Santa María Magdalena de Pazzi (25 de mayo) vivió en un constante padecer porque las almas no sabían del amor divino, ni le correspondían. Escribirá: "Le digo de manera muy confidencial que me encuentro muy dolorida porque no correspondo como debiera a las exigencias del amor de Dios; me siento reprochada por mi Soberano Bien y soy muy sensible al menor movimiento contrario al amor y al conocimiento de Aquel que me ama. No sé que hacer, ni interior ni exteriormente para impulsar aún más mi amor y no se puede usted imaginar lo terrible que es vivir sin amor cuando en realidad, se está ardiendo en deseos de Él. Esto es una tortura para mí y, por mucho que me esfuerzo, lo veo tan poco que temo que Dios esté disgustado conmigo." Este padecer por no amar a Dios como Él ha de ser amado es un "paso" o "grado" en la escala que muchos místicos suben en busca de la unión con Dios. Consciencia de ese amor es lo primero, búsqueda y manifestación es lo segundo y lo tercero, constatación de la nada que se es. Es el momento donde puede venir la tentación de abandonar, la depresión o la llamada melancolía. Los escrúpulos y la confusión se hacen presentes. Pero la fe permanece y es esta la luz que les guía en esa noche oscura. Una buena dirección espiritual fue calmando el alma de Teresa Margarita que, aun sabiéndose nada, siguió lanzándose al infinito amor del Corazón de Jesús. Y esta fase fue previa a la de su unión con Cristo en matrimonio espiritual, fenómeno místico del que ya he hablado en otras ocasiones. Los estudiosos de la mística carmelitana coinciden en que Teresa Margarita vivió esa unión definitiva con Cristo, manifestada en ella con la vivencia íntegra del "Dios es amor" bíblico.
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